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domingo, 8 de agosto de 2021

2 MACABEOS. CAPÍTULO IX

 Muerte de Antíoco Epífanes (1 Mac 6,1-6)

91Por aquel entonces Antíoco se había tenido que retirar en desorden del territorio persa, 2porque al llegar a la capital, Persépolis, empezó a saquear el templo y a ocupar la ciudad; con eso las turbas recurrieron a las armas, y Antíoco, derrotado y puesto en fuga por los habitantes, tuvo que emprender el regreso ignominiosamente.

3Cuando estaba cerca de Ecbatana, le llegó la noticia de lo ocurrido con Nicanor y a los de Timoteo, 4y fuera de sí por la ira, pensaba cobrar a los judíos la injuria de los que le habían puesto en fuga. Por eso ordenó al auriga avanzar sin detenerse hasta el final del viaje. Pero ¡viajaba con él la sentencia del cielo! Porque dijo jactanciosamente:

-Cuando llegue allá convertiré a Jerusalén en un cementerio de judíos.

5Pero el señor, que lo ve todo, el Dios de Israel, lo castigó con una enfermedad invisible e incurable; pues apenas había pronunciado esa frase le sobrevino un incesante dolor de vientre, con unas punzadas agudísimas 6(cosa perfectamente justa, ya que él había atormentado las entrañas de otros con tantísimos tormentos refinados). 7Pero todavía no desistió de su soberbia. Es más, rebosando arrogancia, respirando contra los judíos el fuego de su cólera, mandó acelerar la marcha. Pero se cayó del carro cuando corría a toda velocidad, y con la violencia de la caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo.

8El que poco antes pensaba, en su ambición sobrehumana, que podía mandar a las olas del mar; el que se imaginaba poder pesar en la balanza las cumbres de los montes, estaba tendido en tierra, y tenía que ser llevado en una litera, mostrando a todos la fuerza manifiesta de Dios, 9hasta el punto de que hervía de gusanos el cuerpo de aquel impío, y la carne se le desprendía en vida en medio de terribles dolores; en todo el campamento no se aguantaba el hedor de su podredumbre. 10Al que poco antes parecía capaz de tocar las estrellas, nadie podía transportarlo, por su olor inaguantable.

11Entonces, postrado por la enfermedad, empezó a ceder en su arrogancia. Al aumentar los dolores a cada momento, llegó a reconocer el castigo divino 12y no pudiendo soportar su propio hedor, dijo:

-Es justo que un mortal se someta a Dios y no quiera medirse con él.

13Pero aquel criminal rezaba a un soberano que ya no se apiadaba de él. 14Decía que declararía libre a la Ciudad Santa, hacia la que antes caminaba a toda prisa para arrasarla y convertirla en cementerio; 15que daría los mismos derechos que a los atenienses a los judíos, de quienes había decretado que ni sepultura merecían, sino que los echasen de comida a las fieras y aves con sus hijos; 16que adornaría con bellísimos exvotos el templo santo que antes despojó; que regalaría muchos más objetos sagrados; que pagaría los gastos de los sacrificios con sus propios ingresos 17y que encima se haría judío y recorrería todos los lugares habitados anunciando el poder de Dios.

18Como los dolores no cesaban de ninguna forma, pues el justo juicio de Dios había caído sobre él, sin esperanza de curación, escribió a los judíos, en forma de súplica, la carta que copiamos a continuación:

19<<El rey y general Antíoco envía muchos saludos a los nobles ciudadanos judíos, deseándoles bienestar y prosperidad.

20>>Espero que gracias al cielo os encontréis bien vosotros y vuestros hijos, y que vuestros asuntos marchen según vuestros deseos.

21>>Guardo un recuerdo muy afectuoso de vuestro respeto y benevolencia. Al volver de Persia he contraído una enfermedad muy molesta, y me ha parecido necesario proveer a la seguridad pública. 22No es que yo desespere de mi situación -al contrario, espero salir de la enfermedad-; 23pero pienso que también mi padre, siempre que organizaba una expedición militar al norte, nombraba un sucesor, 24para que si ocurría algo imprevisto o llegaban malas noticias, los súbditos de las provincias no se intranquilizaran, sabiendo a quién había quedado confiado el gobierno. 25Además sé bien que los soberanos vecinos, en las fronteras de nuestro Imperio, están espiando la ocasión, a la espera de un acontecimiento; por eso he nombrado rey a mi hijo Antíoco, al que muchas veces recomendé y confié a la mayoría de vosotros mientras yo recorría las provincias del norte. A él le he escrito la carta que va a continuación.

26>>Así, pues, os exhorto y ruego que, recordando mis beneficios públicos y privados, mantengáis todos para con mi hijo la lealtad que me profesáis. 27Pues estoy persuadido de que él sabrá acomodarse a vosotros, siguiendo moderada y humanamente mi programa político>>.

28Y así aquel asesino y blasfemo, entre dolores atroces, perdió la vida en los montes, en tierra extraña, con un final desastrado, como él había tratado a otros. 29Felipe, su amigo íntimo, trasladó sus restos; pero no fiándose del hijo de Antíoco, se fue a Egipto, a Tolomeo Filométor.

Explicación.

9 La muerte del perseguidor es plato fuerte para un narrador retórico. De la muerte de Antíoco tenemos una versión sucinta en 1 Mac 6,1-16: muere en la cama, en Persia; otra versión más novelesca lo hace morir apedreado en el templo de Nanea (2 Mac 1,13-16). La presente versión destaca por el puesto que ocupa en el libro y por la realización.

Desde el cap. 5 al 9 se despliega un arco: profanación del templo, martirios, derrotas de los generales, muerte del rey. Cobran particular relieve las correspondencias entre los sufrimientos valerosos de los mártires y los dolores atroces de un rey abyecto. Más importante es la gradación: se han enfrentado los dos generales, Nicanor contra Judas, con Dios por aliado; ahora se enfrenta al rey con Dios mismo, en combate singular. Ya lo ha dicho uno de los mártires, 7,19: "te has atrevido a luchar contra Dios". Lucha ha sido el ataque al templo y al pueblo de Dios, y ahora la lucha toma la forma de la soberbia desmedida: a la máxima exaltación ha de seguir la desastrosa caída, y el reconocimiento será tardío. La escena sucede entre Persépolis y Ecbatana. La primera había sido destruida por Alejandro, la segunda no caía en el camino. El autor juega con el prestigio de unos nombres.

En el plano narrativo es un acierto indudable, casi cinematográfico, esa carrera velocísima, que provoca la caída fatal. Está felizmente graduada en dos tiempos, con un tercer tiempo contrastado en la camilla; también en tres tiempos se suceden la ira, la soberbia que no cede y el ceder en la soberbia. Pero el autor no queda satisfecho con narrar, tiene que declamar sus reflexiones retóricas apurando los contrastes. La muerte del perseguidor ha llegado a ser un género literario propio en la tradición posterior.

9,1-2 Comienza sin preparativos, en el momento de la retirada. Según otros testimonios, se trata de Elimaida. Del saqueo del templo no se venga la divinidad correspondiente, sino la población de la ciudad; no así en el caso de Jerusalén.

9,3-4 Según 1 Mac, las noticias hablan de la restauración de Jerusalén, que nuestro libro coloca en el capítulo siguiente. El Dios del cielo no restringe su jurisdicción a un territorio.

9,5 La enfermedad es invisible porque es interna; atestigua que Dios lo ve todo y alcanza a cualquier parte.

9,7 La "arrogancia" es en griego hyperephania, haciendo juego con el título del monarca, Epífanes.

9,8 Son atributo divinos: mandar a las olas del mar Is 51,15; Sal 65,8; 89,10; pesar las montañas, Is 40,12. Es la exaltación descrita líricamente en Is 14 y Ez 28; en el caso de Antíoco, se ha basado en las victorias precedentes y en la paciencia de Dios, según lo explicado en 5,12-14.

"Mostrando": en griego phaneran, de la misma raíz que Epífanes. El monarca, que en su título oficial se presenta como "epifanía" de la divinidad, lo será en su último abatimiento, probando con su derrota el poder del contrario.

9,9 Como "todos los miembros" del v. 7 recordaba las torturas en cada miembro de los mártires, así este hedor puede recordar el olor a quemado de 7,5.

9,10 Véase Is 14,13.

9,12 En oposición a 7,16-17, en boca del quinto mártir.

9,13-17 La serie de promesas, quizá mentales, las transforma el autor en una cadena de contrastes. Se trata de un programa que debería haber seguido: tal es la tarea de un rey extranjero respecto al templo, la ciudad y el pueblo. El programa, recitado ahora, se convierte en acusación. En cuanto a la última promesa, el autor parece citarla como fruto de una mente que desvaría. Anunciar el poder de Dios es lo que ya han hecho Heliodoro y Nicanor (3,34 y 8,36).

9,18 Esta carta es la culminación. Puede muy bien ser invento del autor. Colocada en este sitio suena como testamento del monarca mendigando el apoyo de los judíos para su hijo y sucesor. Refleja a la vez la abyección del rey y su desfachatez, que toca el cinismo en las palabras finales. El efecto retórico es patente; por eso, a renglón seguido, el autor llama al rey "asesino y blasfemo". El punto es que el efecto retórico se desprende sin comentarios, mientras que otras veces el autor hace el comentario interrumpiendo la narración. Fuera del presente contexto, la carta tendría otro sentido muy distinto.

El momento de la sucesión era muy delicado por las perpetuas rivalidades de personas y partidos. La continuación lógica se encuentra en 10,9.

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