Persecución de Antíoco Epífanes (1 Mac 1,10-64)
41Simón, al que antes mencionamos, el que denunció los tesoros traicionando a la patria, calumniaba a Onías, como si éste hubiese sido el que maltrató a Heliodoro y causante de los males. 2Se atrevía a llamar enemigo público al bienhechor de la ciudad, al protector de sus compatriotas y fervoroso cumplidor de las leyes.
3La enemistad llegó a tal punto, que uno de los agentes de Simón llegó a cometer asesinatos. 4Entonces Onías, considerando que aquella tensión era peligrosa y que Apolonio, el de Menesteo, gobernador de Celesiria y Fenicia, atizaba la maldad de Simón, 5acudió al rey no como acusador de sus conciudadanos, sino mirando al bien común y privado, 6pues veía que si no intervenía el rey era ya imposible tener paz en el Estado y que Simón se contuviera en su locura.
7Al morir Seleuco ocupó el trono Antíoco, por sobrenombre Epífanes. Jasón, el hermano de Onías, consiguió el sumo sacerdocio por soborno, 8prometiendo al rey en una audiencia unos diez mil kilos de plata al contado, más dos mil de otras rentas. 9Y además se comprometía a incluir en la cuenta otros cuatro mil si se le concedía autorización para instalar un gimnasio y un centro juvenil para registrar a los de Jerusalén como ciudadanos antioquenos.
10En cuanto obtuvo el consentimiento del rey y se apoderó del mando, Jasón hizo en seguida que sus compatriotas adoptaran el estilo de vida griego, 11suprimió los privilegios reales concedidos benévolamente a los judíos gracias a Juan, padre de Eupólemo -el que negoció el pacto de amistad y mutua defensa con los romanos-, abolió las leyes de la constitución e intentaba introducir prácticas contra la Ley. 12Se dio el gusto de levantar un gimnasio bajo la misma acrópolis, y sacó en público uniformados a los jóvenes de las mejores familias.
13El helenismo llegaba a tanto, y estaba tan en boga la moda extranjera, por la enorme desvergüenza del impío y pseudopontífice Jasón, 14que los sacerdotes ya no tenían interés por el culto litúrgico ante el altar, sino que, despreciando el templo, y sin preocuparse de los sacrificios, corrían a participar en los juegos de la palestra, contrarios a la Ley, en cuanto se convocaba el campeonato de disco; 15sin hacer ningún caso de los valores tradicionales, tenían, en cambio, en sumo aprecio las glorias griegas.
16Pero esto mismo los llevó a una situación difícil: aquellos cuyas costumbres emulaban, queriendo igualarlos en todo, fueron sus enemigos y verdugos. 17Porque no es cosa liviana quebrantar las leyes divinas, como se verá claramente en lo que sigue:
18Cuando se celebraban en Tiro los campeonatos cuadrienales en presencia del rey, 19el contaminado Jasón envió unos legados antioquenos como representantes de Jerusalén, con trescientos dracmas de plata para el sacrificio a Hércules. Pero los mismos que las llevaron tuvieron por mejor no emplearlas en el sacrificio, cosa inconveniente, sino dejarlas para otros gastos, 20y así aquel dinero destinado al sacrificio de Hércules por voluntad del donante, fue a parar a la construcción de trirremes por deseo de los portadores.
21Cuando Apolonio de Menesteo fue enviado a Egipto para asistir a la entronización del rey Filométor, Antíoco se enteró de que éste no apoyaba su política, y empezó a adoptar medidas de seguridad; por eso visitó Jafa y siguió hacia Jerusalén. 22Jasón y los vecinos lo recibieron apoteósicamente; entró al resplandor de antorchas y entre aclamaciones, y después fue a acampar en Fenicia con su ejército
Jasón y Menelao
23Al cabo de tres años, Jasón envió a Menelao, el hermano de Simón antes mencionado, a llevar el dinero al rey y concluir las negociaciones sobre asuntos urgentes. 24Él, bien recomendado ante el rey, y rindiéndole homenaje con aire de gran personaje, consiguió el sumo sacerdocio, ofreciendo unos nueve mil kilos de plata más que Jasón, 25y se volvió con el nombramiento real, sin otros méritos para el sumo sacerdocio que el furor de un tirano cruel y la ira rabiosa de un animal salvaje. 26Y Jasón, que había suplantado a su propio hermano, suplantado a su vez por otro, tuvo que huir a territorio amonita.
27Por su parte, Menelao tenía en sus manos el poder, pero no hacía nada por pagar la cantidad prometida al rey. 28Sóstrato, prefecto de la acrópolis, se la reclamaba, porque estaba encargado de cobrar los impuestos. Por este motivo el rey llamó a los dos. 29Menelao dejó como sustituto en su cargo de sumo sacerdote a su hermano Lisímaco, y Sóstrato dejó a Crates, jefe de los chipriotas.
30Entre tanto, ocurrió la sublevación de Tarso y Malos, porque las habían entregado en donación a Antióquida, concubina del rey. 31Así que el rey marchó a toda prisa para restablecer el orden, dejando como regente a Andrónico, uno de los dignatarios de la corte.
32Pensando aprovechar una buena oportunidad, Menelao robó algunos objetos de oro del templo, se los regaló a Andrónico y vendió otros en Tiro y las ciudades vecinas. 33Cuando Onías lo averiguó con toda certeza, se refugió en un lugar sagrado, junto a Dafne, cerna de Antioquía, y se lo reprochaba. 34El resultado fue que Menelao, tomando aparte a Andrónico, le urgía a matar a Onías. Andrónico fue a donde Onías, y a base de engaños, y dándole la mano derecha con juramento aunque Onías no las tenía todas consigo, lo convenció a salir de su lugar sagrado, e inmediatamente lo mató, sin respetar el derecho.
35Por esta razón no sólo los judíos, sino también muchos de otras naciones, estaban alarmados e indignados por aquel asesinato inicuo. 36Cuando el rey volvió de Cilicia, se le presentaron los judíos de la capital y los griegos, que como ellos reprobaban la violencia, para hablarle del asesinato injustificado de Onías.
37Antíoco, profundamente apenado y movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la conducta irreprochable del difunto. 38Y montando en cólera, al punto le arrancó a Andrónico la púrpura y le desgarró los vestidos; luego hizo que lo pasearan por toda la ciudad, y en el mismo sitio donde había tratado a Onías impíamente, allí eliminó al homicida. Así le dio el Señor el castigo que merecía.
39Como Lisímaco había cometido en Jerusalén muchos robos sacrílegos a sabiendas de Menelao, al correrse fuera la noticia, y cuando ya habían desaparecido muchos objetos de oro, la muchedumbre se amotinó contra Lisímaco. 40Soliviantadas las turbas y rebosantes de ira, Lisímaco armó a unos tres mil hombres y emprendió una represión violenta, dirigida por un tal Aurano, hombre avanzado en edad y más aún en demencia.
41Ante el ataque de Lisímaco, unos con piedras, otros con estacas y algunos tomando a puñados la ceniza esparcida, cargaron en tropel contra los de Lisímaco. 42Con eso hirieron a muchos, mataron a algunos y a todos los demás les hicieron emprender la huida, y al sacrílego lo mataron junto al tesoro.
43A Menelao se le procesó por aquel incidente, 44y cuando el rey llegó a Tiro, los tres hombres emisarios del Senado expusieron un informe ante el rey. 45Viéndose ya perdido, Menelao prometió una buena suma a Tolomeo, de Dorimeno, para que convenciera al rey; y efectivamente, 46Tolomeo se llevó al rey a un pórtico como para tomar un poco el aire, y lo hizo cambiar de opinión; 47al culpable de todo lo absolvió de lo que se le imputaba, y a unos infelices, que aun ante un tribunal bárbaro habrían sido absueltos como inocentes, los condenó a muerte. 48Los que habían hablado en defensa de la ciudad, el pueblo y el ajuar sagrado, sufrieron sin más aquella pena injusta. 49Por este motivo algunos en Tiro, para manifestar su repulsa por aquel crimen, sufragaron el funeral. 50En cambio, Menelao, gracias a la avaricia de los poderosos, se mantuvo en el mando, progresando en maldad, convirtiéndose en el mayor adversario de sus conciudadanos.
Explicación.
En este capítulo, con la muerte de Onías, comienza el triunfo del mal, que reinará durante la próxima etapa. Con datos históricos, el autor compone un cuadro teológico.
Para entender las intrigas históricas puede ayudar esta lectura esquemática:
a) Judíos: Onías y su hermano Jasón: el bueno y el malo. Simón, su hermano Menelao y su hermano Lisímaco.
b) Griegos: Antíoco el rey y Andrónico su virrey. Apolonio de Menesteo, gobernador de Celesiria. Sóstrato, prefecto de la acrópolis, y Crates, su sustituto.
Entre la envidia y la codicia en la familia del sumo sacerdote y en las familias sacerdotales; por ellas entre la muerte, la traición, la apostasía en Israel; la mala semilla de Simón (cap. 3) germina y se convierte en partido dentro de los judíos.
Históricamente se trata del partido filohelenista, colaboracionista en diverso grado; el autor lo coloca globalmente entre los malos. Ellos son los que incitan a los griegos o sirios.
Se aprecia el progreso del mal. Varias veces funciona la venganza histórica de la ley del talión: Jasó suplenta y es suplantado; Andrónico asesina y es ajusticiado; Lisímaco roba del tesoro y muere junto al tesoro. Pero en otros sectores el mal triunfa: Onías muere asesinado, tres senadores judíos son ajusticiados, Menelao se libra, Antíoco se pasa a la injusticia.
El templo con sus tesoros polariza la lucha. En realidad, los términos de la contienda son judaísmo y helenismo, vistos en clave teológica sin matices. Y hay una distinción significativa: mientras la clase alta sacerdotal se corrompe, el pueblo se subleva contra el ladrón sacrílego.
Con oportunas o importunas adjetivaciones, el autor va clasificando y juzgando a sus personajes. En la gran tradición narrativa hebrea el narrador se retira y deja que sus personajes se manifiesten; el autor de este libro no quiere contenerse, no conoce el arte de dejar a los mismos personajes que se condenen o se acrediten. Es otra técnica, para nosotros menos convincente.
4,1-2 Los dos enemigos frente a frente: no en su dimensión personal, sino como representantes de la nación. El delito contra el tesoro es delito de lesa patria; Onías es el protector de la ciudad y la nación. Las leyes divinas son la constitución de la teocracia, definen el "judaísmo". Por estas virtudes, Onías morirá mártir.
4,3-6 Onías se reconoce súbdito del Imperio y quiere solucionar los conflictos pacíficamente. A él le basta con que dejen a los judíos vivir según las leyes paternas, no aspira a la independencia política. Por estas razones parece que estaba en buenas relaciones con Seleuco. El narrador no nos dice el resultado de la gestión.
El gobernador Apolonio apoyaría el partido filohelénico; pero nuestro autor todavía no reconoce su existencia y habla sólo de Simón. El término griego "conciudadanos" (= politai) reemplaza el tradicional "hermanos o prójimos".
La última frase da a entender que el sumo sacerdote no tenía poder represivo para restablecer el orden y la paz. Es la política que predicó Jeremías: la paz por la sumisión.
4,7 La noticia es por demás esquemática. Seleuco murió víctima de la conjuración tramada por Heliodoro, y un fervoroso propagador de los ideales y costumbres helénicas le sucedió.
"Por soborno": el verbo griego insinúa con su raíz la idea de bastardía. Puede ser creación del autor, y se sirve de él para ejercer su costumbre de calificar mientras narra. Si Jasón es legítimo por nacimiento, pues es de familia de sumos sacerdotes, ocupa el cargo como bastardo. Para el autor no hay más sumo sacerdote que Onías.
4,9 Lo que indigna al autor es la aceptación de algunas costumbres típicas griegas, que en sí no tocan a la confesión religiosa. Se trata del deporte cultivado por grupos de jóvenes, en "hermandades", al deporte se podía sumar alguna formación cultural. Para el autor, esas prácticas no son simplemente un paso significativo o peligroso; van directamente contra las leyes patrias.
La última frase es ambigua: en sentido general significaría el derecho para todos los habitantes de Jerusalén a considerarse ciudadanos de una polis griega bajo el patrocinio de Antíoco; en sentido restringido significaría el proyecto de organizar un grupo selecto de ciudadanos distinguidos en el apelativo de "los antioquenos".
4,10-12 La helenización comienza por la clase alta, sacerdotal y laica. El rey Antíoco III, después de derrotar al general egipcio el año 200, había concedido a los judíos autonomía religiosa, de modo que sus leyes eran la constitución del Estado judío, bajo la protección del emperador. Para Jasón, el verdadero privilegio consistía en incorporarse a la cultura griega, el helenismo. El autor se expresa en términos genéricos, no enumera las prescripciones de la Ley abolidas o conculcadas, parece no admitir distinciones.
Sobre Eupólemo, véase 1 Mac 8,17ss.
4,13-15 De repente, por obra de Jasón, ha surgido en Jerusalén un partido helenista: evidente simplificación de los hechos. En un momento hemos llegado a "un extremo" de helenización, como si entre los dos actos de un drama se supusiera transcurrido un largo período de tiempo.
La liturgia con sus sacrificios encarna el ideal judío, el deporte con sus competiciones encarna el ideal griego. Se presentan como alternativa: por la Ley o contra la Ley.
4,16-17 Se anuncia la ley del talión, ejecutada por un proceso dialéctico de la historia, en realidad como venganza propia de las leyes divinas. Este es el aspecto fundamental: son leyes paternas, constitucionales; son divinas, mientras que el helenismo es invención humana.
4,18-20 Con esta oferta para un sacrificio en honor de una divinidad pagana llega al colmo la maldad de Jasón: un sacerdote queda "contaminado". El Hércules mencionado podría ser el dios de Tiro helenizado; si es así, se repite la historia de Jezabel.
La conducta de los legados, contra las órdenes de su superior, muestra que la helenización no alcanzaba a la fe en el Dios de Israel.
4,21-22 Es el año 172. Antíoco cumple enviando un embajador a la ceremonia, que aprovecharía la ocasión para sondear los sentimientos del nuevo rey. La rivalidad entre Seléucidas y Tolomeos no podía morir. Al apreciar la hostilidad de Filométor, Antíoco toma dos medidas de prudencia: asegurar su poder naval en el puerto de Jafa, que podía ser base para un ataque y objeto de un asalto, y además asegurar la lealtad de Jerusalén y de los judíos, donde no solía faltar un partido egiptófilo.
El autor no explica el sentido del gran recibimiento. Parece que lo aduce como una profanación, pues ya sabe todo lo que hará Antíoco. Pero en este momento de la narración, y según la historia, Antíoco todavía no se ha mostrado hostil a los judíos. El agasajo del pueblo podía mezclar reconocimiento por los favores de Seleuco y cálculo para asegurarse la benevolencia. Cuando el autor menciona "la ciudad" no parece distinguir entre nobles helenizados y pueblo fiel.
4,23-26 Una vez que el sumo sacerdocio se hace venal, ha comenzado un proceso fatal. Menelao es peor que Jasón, llegará al asesinato. Esto pretenden los nuevos calificativos, que se han de comparar con los de Jasón en 4,13.
Para el autor, el nombramiento es inválido; la única función válida de Menelao ha sido ejecutar la sentencia contra Jasón; se repite el verbo usado en 4,7, con resonancias de bastardía.
4,28-29 Ahora nos enteramos de que en Jerusalén reside un prefecto griego al mando de una guarnición de mercenarios. Sin duda, esto sucedía ya en tiempos de Onías.
4,32-34 Habíamos perdido la trayectoria de Onías. Podemos sospechar que había huido y se había refugiado en Antioiquía, quizá con la colonia judía. Cuando se aleja Antíoco, y al ver que Menelao se entiende con el regente, se refugia en lugar sagrado para los griegos, en el templo venerado de una localidad cercana a la capital. Desde allí inicia una campaña de denuncias contra Menelao, que indirectamente alcanza al regente. Es un duelo a distancia entre el legítimo sumo sacerdote y el usurpador: Onías sigue defendiendo los derechos del templo de Jerusalén. El argumento lo podían entender los sacerdotes de Apolo y Diana en Dafne, y también lo apoyarían muchos judíos de la colonia antioquena.
Por su parte, Menelao aprecia que las denuncias no son sólo una molestia presente, sino más aún una amenaza a su cargo. Cuando vuelva Antíoco podría cambiar totalmente la situación. Por eso procura aprovechar el tiempo de la regencia y apresurar el desenlace.
Por una cadena de traiciones Onías llega al martirio: su hermano Jasón, el sacerdote Menelao y el regente griego. Su causa ha sido la del templo, como encarnación de los valores judíos. Con su muerte, el puesto de sumo sacerdote queda vacante: el autor no reconoce a los usurpadores ni da el nombre de algún sucesor legítimo.
4,35-36 Andrónico ha herido los sentimientos religiosos de judíos y griegos, porque el derecho de asilo es sagrado para todos, y el templo de Dafne es querido por los antioquenos.
4,38-38 El autor mira los sucesos con su propia perspectiva. Leyendo otros historiadores podemos completar el cuadro: Antíoco se había servido de Andrónico para asesinar a un hijo de Seleuco, quitando de en medio a un posible rival. Andrónico sabía demasiado y se hacía peligroso, además había demostrado su deslealtad. El rey aprovechó la ocasión para deshacerse de su cómplice y sustituto. El castigo se ejecuta con gran aparato, en presencia del pueblo. Nuestro autor levanta la vista y descubre que por medio de Antíoco en realida se ejecuta la sentencia de Dios.
4,39-42 Muerto Onías, el denunciador, los dos hermanos, Melenao y Lisímaco, se creen impune y aceleran el saqueo de los objetos sagrados. La noticia se difunde y la plebe se amotina. Todavía quedan en Jerusalén hombres sencillos, fieles al templo y a los valores judíos. Se trata de una explosión popular, con armas de fortuna; la ceniza sirve para cegar a los soldados. Lisímaco organiza la represión, armando una fuerza respetable (no hay que apurar las cifras): no sabemos si se trata de mercenarios extranjeros prestados por el prefecto de la acrópolis o de partidarios de Menelao y del helenismo.
Es la última victoria antes de que retorne el tiempo de la gracia; una victoria popular que no llega a resolver ni a mejorar la situación.
4,43-48 Se celebra un juicio ante la instancia suprema. Cuando la injusticia ha llegado al último escalón, la maldad reina en el país. Menelao maneja el dinero para convencer al gobernador y exhibe quizá su adhesión al helenismo para mover al emperador. Los tres senadores representan al pueblo, no son de clase sacerdotal; son nuevos mártires de la causa judía.
4,49-50 El sentido de justicia de esos paganos contrasta con la iniquidad del traidor Menelao. Pero ha llegado su hora, el poder de la maldad.
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